jueves, 30 de julio de 2009

Palmira se ilusiona y recuerda al tren

Palmira se ilusiona y recuerda al tren

Maquinista. Guillermo Páez (81) es uno de los memoriosos de la época en que el tren de pasajeros recorría gran parte del país.
La chance de que se reanude el traslado de pasajeros hacia Retiro desempolvó viejas anécdotas del esplendor ferroviario.
SAN MARTÍN– La promesa del regreso del tren de pasajeros y los primeros estudios sobre el estado de la traza Retiro-Mendoza hicieron resurgir en los pueblos y ciudades de tradición ferroviaria algunas historias –sino leyendas– que casi habían sido olvidadas. En Palmira, corazón del ferrocarril en el Oeste argentino, los recuerdos comenzaron a tener mayor frescura y a correr de boca en boca entre los vecinos. Entre estos rejuvenecidos memoriosos está Guillermo Páez, quien tiene 81 años y fue maquinista entre 1955 y 1981. Este jarillero (como se llama habitualmente a los palmirenses) rescató de entre sus recuerdos la implementación de una particular forma de asegurarse que el convoy tenía vía libre hasta la próxima estación. Se trata de un rústico pero efectivo sistema implementado después de que ocurriera la tragedia en la estación Alpatacal, en 7 de julio de 1927, donde murieron 30 personas, entre ellas personal ferroviario y parte de la delegación de cadetes chilenos que iba hacia Buenos Aires para participar del desfile del Día de la Independencia. Dos horas parados por el fútbol “En el tren viajaban más personas que las que vivían en todo el pueblo y la estación, ni hablar, sólo tiene un baño y una sala de espera. Nada de bar, nada de asientos. Toda la gente deambulaba sin saber qué hacer y sin alejarse demasiado del tren, por las dudas. No había un alma, nadie. Sólo la multitud itinerante que no entendía qué sucedía ni dónde estaba: Alem no suele figurar en los mapas”, cuenta el escritor Martín Zubieta. Historiador y periodista, Zubieta es oriundo de ese pueblo de Buenos Aires, hincha del club homónimo y recordó así la tarde de final de campeonato en que el tren estuvo dos horas parado en la estación. El era un pibito de la mano de su padre. “Después de dos horas, el ‘Aconcagua’ partió. No sé con cuánto retraso habrá llegado a Mendoza. Lo cierto es que por única vez en la historia, el ‘Aconcagua’ paró en Alem y que a la noche, en la cena de los campeones que se hizo donde ahora está la cancha de vóley y a la que mi padre me llevó, todos los jugadores me firmaron un banderín blanco con el escudito del club. Todavía lo tengo”. Así como todos los pueblos que crecían a la vera de las vías tenían –y tienen–una idiosincrasia común, también parecen tenerla quienes allí se han criado. Sin conocerse y unidos sólo por la línea

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