jueves, 7 de marzo de 2019

SEGUIMOS CON LA HISTORIA

Los primeros habitantes de San Martín fueron los huarpes personas Milkayak. The territory was governed by the tribal chief called Pallamay until 1563, when the first Europeans under the command of the Captain Pedro Moyano Cornejo, arrived to the area. El territorio fue gobernado por el jefe de la tribu llamada Pallamay hasta 1563, cuando los primeros europeos bajo el mando del capitán Pedro Moyano Cornejo, llegó a la zona.
The city was known as Rodeo de Moyano or, alternatively, as La Reducción ( Spanish : The Reduction ); but its name was changed to Villa Los Barriales in 1816, when it was included in the Corocorto Priesthood of Mendoza Province and officially established by the Governor of Mendoza , Toribio de Luzuriaga . La ciudad fue conocida como Rodeo de Moyano o, alternativamente, como La Reducción ( español : La Reducción), pero su nombre fue cambiado a Villa de Los Barriales, en 1816, cuando fue incluido en el Corocorto sacerdocio de la Provincia de Mendoza y oficialmente establecido por la El gobernador de Mendoza , Toribio de Luzuriaga .
San Martín came into prominence in the war of the Argentine independence period, when José de San Martín received an extensive land grant in the area to take advantage of agriculture and help the Chilean army of Bernardo O'Higgins in an effort to prevent new Spanish invasions from Chile to Argentina. San Martín llegó a la prominencia en la guerra de la independencia argentina período, cuando José de San Martín recibió una subvención de grandes extensiones de tierra en la zona para tomar ventaja de la agricultura y ayudar al ejército chileno de Bernardo O'Higgins , en un esfuerzo para prevenir nuevas Españoles invasiones de Chile a la Argentina. In 1823, the governor Pedro Molina changed the name of the city yet again in homage to the Argentine general José de San Martín [ 1 ] , who, besides his inestimable historical role, contributed many innovations to the local farming sector and in viticulture , particularly. En 1823, el gobernador Pedro Molina cambió el nombre de la ciudad una vez más en homenaje al general argentino José de San Martín [1] , que, además de su papel histórico inestimable, han contribuido muchas innovaciones al local de la agricultura del sector y en la viticultura , en particular .
In 1885, the first railway arrived in San Martin, uniting Buenos Aires with Mendoza and Chile. En 1885, el primer tren llegó a San Martín, que une Buenos Aires con Mendoza y Chile. This development brought many Italian immigrants to the area from Buenos Aires ; during the 1950s and '60s, National Route 7 was built between Buenos Aires and Mendoza Province, converting the city into an important distribution center along the most important highway between Buenos Aires and Santiago , Chile . Este hecho hizo que muchos italianos inmigrantes a la zona de Buenos Aires , durante la década de 1950 y 60, la Ruta Nacional 7 se construyó entre Buenos Aires y Provincia de Mendoza, convirtiendo la ciudad en un importante centro de distribución a lo largo de la carretera más importante entre Buenos Aires y Santiago , Chil
Destaca su amplia central de cipreses excelente, boulevard Este que lleva directamente a la ciudad de San Martín, hacia el este, pero tenemos la intención de que llegue a ella por una desviación hermoso de los caminos rurales.
The district was known as High of the Mule and bill with a village and a chapel. El barrio era conocido como Alto de la Mula y el proyecto de ley con un pueblo y una capilla. Their population grew after the railroad. Su población creció después de que el ferrocarril. The name remembers the place of the Syrian immigrants' origin. El nombre recuerda el lugar de origen de los inmigrantes sirios.
From Palmira 2 km continues to the east for the boulevard until the rail The Barreales (RP61) and continue to the south 5,5 km until Climbed Remedies. Desde Palmira 2 kilometros continúa al este de la avenida hasta el carril El Barreales (RP61) y continuar hacia el sur 5,5 km hasta Remedios Escalada.
Turn to the left 1,2 km to cross the small village of The Barreales Gire a la izquierda 1,2 km para cruzar el pequeño pueblo de La Barreales


La usurpación española de las tierras que hoy conforman San Martín data de 1563, año en que el capitán Pedro Moyano Cornejo cruza el río Mendoza y se instala al este del mismo en las tierras que eran del cacique Pallamay.
Estas tierras se conocieron originalmente como Rodeo de Moyano o La Reducción. Pronto el territorio mendocino fue subdividido en 3 curatos regenteados por la Iglesia Católica , uno de ellos era Corocorto, al cual pertenecía el actual San Martín. El ángulo formado por los ríos Mendoza y Tunuyán captó a los primeros pobladores españoles de la zona, y por su condición de tierras anegadizas luego se conoció el lugar como Los Barriales. La posta instalada en lo que hoy conocemos como San Martín fue también clave en su desarrollo, impulsando el crecimiento de la población. Con el correr de los años llegó el aprovechamiento de las aguas de los ríos cercanos mediante canales, que luego devendría en uno de los oasis de riego más importantes de la Argentina.
Sin embargo, quien dio el definitivo impulso a la zona fue justamente el general José de San Martín, en los comienzos de la campaña militar que derivaría en la independencia de Chile y Perú. San Martín quería ayudar a los ejércitos del chileno Bernardo O'Higgins, y derrotar de esta forma a los realistas españoles; Mendoza era el lugar ideal para apuntalar esta iniciativa, y temeroso de que el lugar sea invadido propició la población de la zona vendiendo las tierras de la zona. José de San Martín recibió 200 hectáreas , en las que fomentó el cultivo bajo riego de vid y frutales, y también el primer molino harinero.
La villa ya iba tomando forma, y el 20 de diciembre de 1816 el gobernador de Mendoza Toribio de Luzuriaga funda formalmente la población con el nombre de Villa de los Barriales. Apenas 7 años más tarde por un decreto del gobernador Pedro Molina la ciudad se convierte en la primera de un sinfín de poblados que homenajearían al general bautizándose con su nombre.
Otro hito fundamental fue la llegada del ferrocarril en 1885, que coincidió con el arribo de inmigrantes italianos y españoles. Con la construcción de los talleres del ferrocarril en la cercana Palmira, San Martín se convirtió en uno de las estaciones ferroviarias más importantes del país. Finalmente, a mediados del siglo XX la construcción de la ruta Nacional 7 que comunica Buenos Aires con Mendoza y Santiago de Chile situó a San Martín nuevamente en un lugar estratégico para las comunicaciones.
Escudo departamental
La creación del escudo departamental surgió como iniciativa de la Comisión Municipal de Cultura, durante el gobierno del Intendente Don Luis Cabrillana. El diseño del mismo estuvo a cargo del miembro Consejero de dicha Comisión Don José Pina Figuerola, que lo presentó en el seudónimo de Senague, que respondía a las segundas sílabas de su nombre completo. Entre los fundamentos que se dan para avalar esta inquietud, se señala que el escudo constituye la pieza heráldica más importante porque en su campo se pintan los blasones de un país, ciudad o familia y los símbolos que proclaman su linaje, su historial, su modo de ser.
Por lo tanto, esta ciudad de San Martín que ostenta con legítimo orgullo el precedente histórico de ser la única cuyo advenimiento auspicia el Gran Capitán, merece y debe darse su escudo: "el escudo que pregone su linaje, que simbolice su pujanza y que diga de su permanente veneración al héroe epónimo".
El Honorable Consejo Deliberante del Departamento de Gral. San Martín, precedido por Don Ignacio Echegaray, sanciono el 23 de febrero de 1952, la ordenanza N? 536 que disponía la creación del escudo de armas del departamento de uso obligatorio en los sellos, membretes y otros elementos de la Municipalidad y dependencias, que por su naturaleza, así lo requieran.
Detalle
El escudo aprobado es una composición similar al escudo de la Provincia. Es de formato moderno: aparece en dos franjas y coronado por un sol de rayos rectos y flamígeros de color oro. Este sol naciente según Sarmiento:"es el sol de la civilización que alborea para fecundar la vida nueva". Presenta, además, un borde de color blanco, formado por una guarda doble de líneas sables que encierra dos campos: el superior de color azul y el inferior blanco; los colores de la bandera nacional, símbolo de la libertad, de trabajo, de paz, de honor. En el lugar del ceñidor, se observan dos brazos cuyas manos unidas sostienen un caducen de oro: antiguo símbolo de la paz y emblema del comercio: expresión de los principios pacifistas y la pujanza del pueblo de San Martín. Las manos que lo sostienen reflejan la unión fraternal de los hombres que forjan en común la grandeza de su patria. En la parte inferior se destaca el sable corvo del Libertador General Don José de San Martín, cruzado por una rama de olivo, como testimonio de constante veneración de este pueblo a su ilustre fundador; la rama de olivo simboliza el árbol histórico de la "Chacra de los Barriales" que poseyera y habitara el Gran Capitán y en la que ambiciona pasar los últimos días de su vida.
Fuente: Conozcamos San Martín - Emma Cunietti
Aspectos geográficos
Se encuentra en una llanura con suave pendiente hacia el este, dentro de lo que se conoce como Llanura de la Travesía. El ambiente es árido y semiárido, con las características de un bolsón desarrollado. La llanura está conformada por una cuenca sedimentaria rellenada con mantos acarreados por el viento y el agua durante el Terciario y el Cuaternario. Los dos ríos que surcan la zona (el río Mendoza y el Tunuyán) transportan agua solamente en crecidas excepcionales, ya que sus torrentes son retenidos para el aprovechamiento en la parte superior.
La temperatura va desde los 41 ºC en verano hasta los -7 ºC en invierno, y las precipitaciones no alcanzan los 200 mm .
Economía
Las principal actividad económica es el cultivo e industrialización de la vid. Luego siguen el cultivo e industrialización de frutas y hortalizas. San Martín basa así su economía en la agroindustria, una de las actividades símbolo de la provincia y uno de los principales centros agroindustriales del país.
Turismo
El turismo tiene tres actividades importantes:
* Agroturismo: incluye el recorrido de algunas de las numerosas fincas productivas de la zona, siendo un paso obligado en el circuito conocido como la Ruta del Vino de Mendoza.
* Circuito histórico: forman parte del mismo algunos sitios que permiten recordar la campaña del general San Martín a inicios del siglo XIX (Museo Histórico Las Bóvedas). También existen un par de antiguos oratorios en las poblaciones cercanas.
* Ecoturismo: la planicie erosionada forma dunas al este del departamento, que se completa con la vegetación espinosa y animales típicos de la llanura argentina como liebres, maras, vizcachas y aves carroñeras.
Deportes
La institución más reconocida es el Atlético Club San Martín, en el cual se destaca la práctica del fútbol y el hockey sobre patines.
Toponimia
Contó con diversos nombres el lugar antes de tomar el actual de San Martín. Los dos primeros fueron La Reducción y Rodeo de Moyano, este último por ser el primer español en habitar estas tierras. Luego fue denominada Los Barriales, por lo anegadizo de las tierras ubicadas en la unión de los ríos Mendoza y Tunuyán. Villa de los Barriales fue el nombre original que tomó en su fundación. En 1823 sería designada como Villa Nueva de San Martín en honor al General José de San Martín, quien compró terrenos en la zona y fomentó su poblamiento y desarrollo durante la preparación para su campaña con el Ejército de los Andes. Con el tiempo el nombre devendría simplemente en San Martín.
Población
Contaba con 49.491 habitantes (INDEC, 2001), lo que representa un incremento del 9,2% frente a los 45.341 habitantes (INDEC, 1991) del censo anterior. El INDEC sitúa a la ciudad de San Martín en un aglomerado urbano conocido como San Martín - La Colonia , que casi alcanzaba los 80.000 hab. y es el 3º aglomerado más poblado de la provincia. En este aglomerado San Martín incluye a la localidad de Palmira, junto con la cual alcanzaban los 70.380 habitantes (INDEC, 2001), o sea, un 8,7% más que los 64.773 habitantes (INDEC, 1991) del censo anterior.
Departamento San Martín
Cabecera: San Martín
Superficie: 1.504 km²
Habitantes: 108.448 (Censo 2001)
Densidad: 72,1 hab/km²
Distritos:
* Alto Salvador
* Alto Verde
* Buen Orden
* Chapanay
* Chivilcoy (Mendoza)
* El Central
* El Divisadero (Mendoza)
* El Espino
* El Ramblón
* Las Chimbas
* Montecaseros
* Nueva California
* Palmira (Mendoza):Palmira es una localidad de la provincia de Mendoza, Argentina. Se encuentra en el centro-norte de la provincia, en el importante corredor carretero y ferroviario que une a Buenos Aires con la ciudad de Mendoza y con Santiago de Chile. Pertenece al departamento San Martín. Forma junto a las ciudades de La Colonia y San Martín un aglomerado urbano único que es el 3º más poblado de la provincia.
Indudablemente una de las regiones más importantes en lo que hace a los Vinos Argentinos, la principal actividad económica es la vitivinicultura, destacándose por contar con el mayor número de viñedos y bodegas de la provincia de Mendoza.
Límites
Al este con el Canal desagüe Barriales, Carril San Pedro, Carril Barriales; oeste: Río Mendoza, calle El Altillo; norte: Calle González, rumbo a Chapanay; sur: Calle Unión, camino a Barriales.
Ciudad de Palmira
. Historia
Palmira era el nombre de la mujer que atendía una posta ubicada en la orilla del rió Mendoza. Hasta allí llegaba la ruta desde Buenos Aires y en ese lugar se cruzaba el rió, camino obligado para alcanzar la ciudad de Mendoza o zonas vecinas.
Había a disposición de los viajeros una balsa arrastrada por caballos para cruzar carga si era necesario. La posta era el lugar de reunión de los viajeros y gente de la zona.
. Aspectos geográficos
Se encuentra en una llanura con suave pendiente hacia el este, dentro de lo que se conoce como Llanura de la Travesía. El ambiente es árido y semiárido, con las características de un bolsón desarrollado. La llanura está conformada por una cuenca sedimentaria rellenada con mantos acarreados por el viento y el agua durante el Terciario y el Cuaternario. Los dos ríos que surcan la zona (el río Mendoza y el Tunuyán) transportan agua solamente en crecidas excepcionales, ya que sus torrentes son retenidos para el aprovechamiento en la parte superior.
La temperatura va desde los 41 ºC en verano hasta los -7 ºC en invierno, y las precipitaciones no alcanzan los 200 mm .
. Economía
Las principal actividad económica es el cultivo e industrialización de la vid. Luego siguen el cultivo e industrialización de frutas y hortalizas. San Martín basa así su economía en la agroindustria, una de las actividades símbolo de la provincia y uno de los principales centros agroindustriales del país.
La historia de Palmira según un documental de tres estudiantes
Están en el último año de la carrera de Comunicación Social de la UNCuyo y en 12 minutos resumen la vida de la ciudad, desde su auge hasta la incertidumbre...
Leer más... http://weblog.mendoza.edu.ar/novedades/
Los Primeros Habitantes
Los indios huarpes fueron los primitivos habitantes de la zona de Cuyo. En la provincia de Mendoza ocupaban desde el límite con San Juan hasta el Río Diamente. Estos aborígenes eran altos, delgados ,de piel oscura y cabello largo. Hablaban el idioma milcayac. Se vestían con camisetas tejidas con lana de guanacos y se calzaban con ojotas de cuero. Construían sus viviendas de acuerdo con la zona que habitaban.Los montañeses tenían chozas de piedra con techos de pieles de animales.Los que vivían en el valle hacían sus viviendas de caña, paja y totora. Para alimentarse cultivaban maiz, papa y calabaza .De la algarroba hacían el patay y la chicha o añapa .También comían pescado y carne asada de los animales que cazaban. Adoraban al sol, a la luna y a las estrellas .Creían en un Dios Todopoderoso llamado Hunuc Huar que habitaba en las montañas . Enterraban a sus muertos en sepulcros de piedras. Junto al cadáver colocaban sus ropas y alimentos que creían necesarios para una vida posterior. Los huarpes eran tejedores y alfareros. Utilizaban la totora y el junco para realizar canoas y vasijas en donde colocaban sus alimentos. El cacique era la autoridad máxima de las tribus y cada una tenían un brujo o hechicero. Estos indios eran dóciles e industriosos. Llevaron una vida tranquila hasta la llegada de los españoles. Fueron muy maltratados por los conquistadores lo que determinó su extinción.
Llegada de los Españoles
Los pacíficos indios huarpes habitaban esta región. Pocos años después de la fundación de Mendoza (marzo de 1561) se instalaron en el lugar los españoles. Estas comarcas de "Tumbra" y"Uyata" que pertenecían al cacique Pallamay,en el año 1563 pasaron a manos del capitán don Pedro Moyano Cornejo.Este español creó una encomienda conocida como "Rodeos de Moyano" o "La Reducción". Este lugar fue creciendo con cultivos y haciendas en las márgenes del río Tunuyán .El capitán Moyano, con ayuda de los indígenas inició la construcción de un canal de regadío:la acequia de Rodeo de Moyano. La región fue adquiriendo gran importancia agrícola. Se comenzó a llamar El Retamo por la gran cantidad de estas coloridas plantas. Los jesuitas construyeron allí una capilla dedicada a Nuestra Señora del Rosario. Este lugar se convirtió en el pasdo obligado de los viajeros que iban o venían de Buenos Aires. Por ello en el año 1750 el capitán don Francisco de Corvalán fundó la "Posta del Retamo". En ella pernoctó el Gral. San Martín en su primer viaje a Mendoza, el 6 de setiembre de 1814.
Orígenes del Departamento
1800 - Los actuales departamentos de San Martín, Junín y Rivadavia se denominaban Los Barriales. Eran terrenos que se inundaban con frecuencia. Sólo existía la Posta el Retamo. 1814 - El General San Martín, en su paso por Mendoza, observó que este lugar era apto para cultivar y obtener así alimentos para su ejército. Encomendó a Alvarez Condarco y al chileno José Herrera que construyeran acequias y parcelaran el terreno. Se transformó en tierra apta para la agricultura. Así nació la Villa de Los Barriales.
1823 - Durante el gobierno de Pedro Molina se cambió la denominación de Villa de los Barriales por Villa Nueva de San Martín.
1859 - El 18 de enero se creó el departamento de Junín, durante el gobierno de Juan Cornelio Moyano.Se dividió la Villa Nueva de San Martín en dos departamentos: San Martín y Junín. Se designó cabecera a la población de San Isidro.
1872 - Cuando se creó el departamento de Rivadavia, San Isidro pasó a formar parte de él. El Retamo fue la villa cabecera del departamento con el nombre de Junín.
1980 - El 11 de agosto la villa de Junín adquirió el rango de ciudad
Martina Chapanay

Martina Chapanay fue una guerrillera que actuó en las guerras civiles argentinas del siglo XIX. Era hija de un cacique huarpe y nació en la Provincia de San Juan(Argentina), en 1800, aunque se discute si en las Lagunas de Guanacache o en el Valle de Zonda. Murió en 1887. El nombre "Chapanay", proviene del idioma huarpe milcayac: Chapac nay que significa "zona de pantanos".[1]
Entre otras hazañas, se distinguió por haber vengado la muerte del caudillo riojano Ángel “El Chacho” Peñaloza. Es centro de una devoción popular porque compartía el fruto de sus robos con los más humildes. Era una mujer de contextura pequeña, pero fuerte y ágil. De bellos razgos, su cabello era negro lacio y de tez morena. Al elegir la vida de montonera comenzó a utilizar la vestimenta de los gauchos (chiripá, poncho, vincha, botas de potro) tal como se representaba en las estampas y tallados de madera.
La tumba de Martina Chapanay continúa reuniendo a cientos de devotos en el pueblo sanjuanino de Mogna. Su padre fue Ambrosio Chapanay, un cacique huarpe que se refugió en el actual Departamento Lavalle (Mendoza), quien murió sin otra descendencia aparte de Martina.[2] Su madre fue Mercedes González, siendo ésta blanca oriunda de la ciudad de San Juan.[3]
La zona es ahora un desierto, pero en el siglo XIX las aguas del río Mendoza y del Desaguadero creaban las llamadas Lagunas de Guanacache. La construcción de una represa cerca de la ciudad de Mendoza provocó la sequía de las lagunas, y actualmente los huarpes obtienen el agua de pozos muy profundos, ya que los superficiales están contaminados con agua salada. La supervivencia de éstos se basa principalmente en la cría de cabras, la utilización de los frutos del algarrobo, un árbol típico de la zona, y la venta de artesanías en el Mercado Artesanal, que se encuentra al lado de la oficina de turismo de la ciudad capital.
Su madre, llamada Teodora, crió a la hija con dedicación, tal es así que la casa de Martina se transformó en escuela para los niños del lugar. Cuando era adolescente, Martina se destacaba por sus actitudes de jinete y cuchillera, su habilidad para hacer galopar caballos en los arenales, pialar terneros, cazar animales y nadar con gran destreza. Cuando murió su madre, su padre la entregó a Clara Sánchez, de la ciudad de San Juan, que la educó con rigor. En respuesta, Martina logró escapar, encerrando a toda la familia en la casa.
A partir de ese momento, Martina vivió con los huarpes y se transformó en ladrona y asaltante de caminos, repartiendo lo que robaba entre los más pobres.
Luego convivió con el bandido Cruz Cuero, jefe de una banda que asoló la región por años. Se dijo que incluso atacaron la Iglesia de la virgen de Loreto, en la provincia de Santiago del Estero. Esta relación con Cruz terminó en una tragedia, ya que Martina se enamoró de un joven extranjero que secuestraron; Cruz golpeó a Martina y mató al joven de un balazo, pero Martina mató a Cruz con una lanza y quedó como jefa de la banda.
Sucesivamente, Martina se unió con sus secuaces al caudillo Facundo Quiroga. Martina continuó luego luchando al lado de los caudillos y Chacho Peñaloza, hasta que le ofrecieron el indulto y un cargo de sargento mayor en la policía de San Juan. En ese cuepro militar se encontraba el comandante Pablo Irrazábal, el asesino de Peñaloza. Martina lo retó a duelo, pero éste no tuvo lugar porque el oficial se descompuso por el miedo y pidió la baja.
Se cuenta que un antiguo oficial sanmartiniano, el cura Elacio Bustillos, cubrió la tumba de Martina con una laja blanca, sin ninguna inscripción, ya que “todos saben quién esta allí”.
El cantante León Gieco, con la colaboración del historiador y ensayista Hugo Chumbita, publicó en el 2001 el CD “Bandidos rurales”, que contiene un tema del mismo nombre y donde menciona a Martina Chapanay.
El poeta y cantor mendocino Hilario Cuadros escribió una cueca llamada La Martina Chapanay
domingo, 30 de septiembre de 2001
La leyenda de las fabulosas amazonas sudamericanas, que vivieron en las márgenes del río Marañón, no nos parece un desvarío histórico si se la compara con la realidad de estas mujeres argentinas.


Apareció una mañana en Pueblo Viejo, cerca del mediodía. Al principio era sólo un remolino de azogue, con un sonido brillante de metales que chocan. Tantas prendas de plata lucía la cabalgadura que el jinete pasaba casi inadvertido y hasta achicado, como una mosca en una telaraña de reverberos y deslumbramientos.

Demás está decir que se me desbarató la clase. De ahí en adelante los chicos no hicieron otra cosa que mirar afuera. Mis alumnos no sabrían mucho de letras pero desde los cinco años ya podían dar cátedra sobre equinos y yeguarizos y lujos de caballería. Mientras iba escribiendo el alfabeto en la pizarra y unía en sílabas vocales y consonantes, sólo oía a mis espaldas un murmullo apasionado sobre pretales y fiadores, cabezadas y espuelas.

Cuando me daba vuelta enmudecían de pronto pero casi podía ver salir de las cabecitas oscuras un tintineo de piezas relucientes.

El jinete no se movió un palmo en todo el tiempo que duró la lección. Tampoco se inmutó cuando los chicos salieron disparados, para ver más de cerca tantos primores de cincel. Cuando el último de ellos ya se había ido a comer el puchero y yo había terminado de ordenar el cotidiano estropicio del aula, el caballo chapeado aún estaba en la Plaza Mayor (un descampado con algunas florcitas y más cardos) que yo debía cruzar para llegar a casa.

A medida que me acercaba, iba notando algo raro, fuera de lo previsible, en ese jinete vestido como gaucho en día de fiesta. Como yo no llevaba sombrero, lo saludé con una inclinación. Pero él, que sí iba con el chambergo puesto, se lo quitó en un golpe de sorpresa para que le cayeran sobre los hombros dos trenzas negras. Me sonrió entonces. No sé si realmente tenía los dientes muy blancos o si contrastaban en exceso con la piel morena, pero el efecto de relámpago fue tan intenso como la incisión rabiosa que el sol dejaba en los aperos de plata cuando se los avistaba de lejos. Me miró de arriba abajo, como midiéndome o estudiando para qué cosa podría yo servirle. Antes de que se volviera para la serranía sin decirme una palabra, aprecié los ojos garzos incompatibles con el color de la piel, y la boca grande y llena que se le dibujaba sola, sin ayuda alguna del carmín de Chile.

Durante una semana entera ocurrió lo mismo. Cada vez llegaba más temprano, y siempre me aguardaba hasta que dejara el ranchito donde daba clase. Si los alumnos se fueron acostumbrando, a mí me ponía cada vez más incómodo esa visita muda, aunque, lejos de desviarla y dar un rodeo, cruzaba derecho por la Plaza y la miraba a los ojos, no fuera a pensar que le tenía miedo. El domingo, en la iglesia, ya había notado que la gente se apartaba a mi paso para darse a los cuchicheos, hasta que el mismo cura me encaró.

-¿Así que la Martina Chapanay lo anda buscando, maestro?

-¿Y quién es esa señora?

-La que lo espera todos los días a la salida de la escuela.

-¿Y por qué iba a andarme buscando, si ni siquiera me conoce?

-Quizá quiera conocerlo mejor -sonrió el cura-. Pero no quiero pasar por comedido. Usted sabrá cuidarse.

-¿De qué? ¿Qué daño puede hacerme?

-Cómo se ve que usted es porteño. Aquí en San Juan hasta las piedras saben de ella. Estuvo en la montonera de Facundo, y pelea mejor que muchos varones. Cuando mataron a Quiroga y las montoneras se disolvieron se hizo salteadora de caminos, y ahora presta servicios a los estancieros como baqueana y rastreadora. Nadie se le compara para guiar una caravana, o para recuperar a buen precio el ganado perdido... que a veces ella misma roba. Claro que los pobres la quieren y nadie la denunciaría o la molestaría. Como que siempre ha repartido sus ganancias con ellos.

Dos o tres días pasaron sin que la dicha Martina se apersonase. Entretanto pedí licencia para ir por una semana a la ciudad de San Juan, donde tenía que ver al abogado que me manejaba un pleito por la herencia de un tío viejo. Metí en las alforjas dos o tres mudas de ropa, un traje decente, unos zapatos y unos cuantos libros, y me subí a mi único matungo, resignado a un trote lento y mortificante. El sueldito que me pagaba el gobierno, siempre con varios meses de atraso, no daba para corceles de exposición como el que montaba Martina.

A poco de camino, aunque ni una nube se veía en el cielo, más tranquilo aún que de costumbre, una especie de tromba me derribó y me arrastró, atrapado en un lazo como ganado chúcaro, y envuelto en una nube de polvo y perplejidades. Cuando logré abrir los ojos tenía un cuchillo sobre la garganta mientras una voz algo ronca, pero inequívocamente femenina, me decía al oído.

-No se le ocurra moverse ni resistir, porque lo achuro. Vamos andando.

Me levanté como pude. Martina Chapanay, que ella era, aprovechó el lazo para sujetarme los brazos al tronco con la misma soga gruesa, hasta que quedé hecho un matambre, y me hizo subir a mi propia cabalgadura que aún estaba ahí, seguramente no por fidelidad, sino paralizada de miedo.

Nos metimos por un desfiladero estrecho. Ella llevaba mi caballo de la brida. Por fortuna, no me había amordazado, ni falta que hacía. Aquella senda incómoda estaba desierta de otros pasos humanos.

Con el habla y la música se amansan hasta las fieras, pensé.

-Señora.

-No me llame señora, no soy pueblera. Mi nombre es Martina.

-Martina, entonces. Creo que aquí hay un error. No sé si yo la he ofendido en algo, pero si así lo considera, habrá sido completamente involuntario.

-Nadie lo acusa de eso.

-Vea, tampoco tengo dinero. Sé que usted suele tomarlo para hacer... algunas obras de caridad.

-Digamos que me beneficio a mí misma y a algunos amigos que pasan necesidades. Y ya me he dado cuenta de que anda sin un cobre. Por su presencia y por su oficio. ¿De cuándo acá los maestros se han hecho ricos?

-Entonces, si no la he ofendido, y si tampoco busca dinero, ¿por qué me tiene preso?

-No le da para mucho la sesera, ¿eh? ¿Para usted todo pasa por la plata o por las ofensas?

No contesté, acaso porque el susto me atrofiaba la imaginación. Anduvimos al paso como una hora, hasta que llegamos a una especie de anfiteatro en la montaña, protegido por peñascales. Martina me hizo bajar de mi Rocinante, y por las dudas, me aseguró también los pies con otra tanda de soga.

Luego se puso a librar al rucio bichoco del recado y todos sus arreos, sin perdonar las alforjas donde guardaba mi escaso equipaje, al que desempacó y apiló bien ordenado. Le pegó a mi jamelgo dos chicotazos en la grupa, como para que se fuera lejos. El animal no se hizo repetir la invitación. Lo vi por última vez, sin mucho sentimiento, debo aclarar, por ambas partes.

Pronto se hizo de noche, y yo seguía atado mientras mi captora fumaba unos cigarros, y empinaba, de rato en rato, un chifle, acaso de aguardiente. Parecía haberse olvidado de mi existencia, porque miraba para otro lado, y ni un trago ni un mate me ofreció cuando se puso a cebarlo. Dos perros grandes, que tenían pinta de haber peleado con tigres, se acostaban mansamente a sus pies, mientras ella les hablaba como si la entendieran. El hermoso alazán enjoyado que llevara al pueblo pastaba a su gusto, sin riendas y sin una prenda encima.

Al final me cansé de verme peor tratado que los animales.

-Ya que no quiere darme explicación de mi cautiverio, déjeme al menos satisfacer las necesidades naturales y alcánceme una manta para dormir.

-Con el sufrimiento se templa el cristiano y purga sus pecados.

-¿Cree que es un cura para imponerme penitencias?

-Dios me libre. Pero usted con muy poco se fatiga.

-¿Puede saberse qué mal le he hecho para que me haga penar de puro gusto?

-No es de puro gusto, sino para que los días por venir le parezcan mejores y se conforme con ellos.

Se puso de pie, sin mucho apuro, pero no me cortó las ligaduras. Me desenrolló prolijamente, de modo que recuperó su lazo entero, sin una hilacha de menos.

Fui a orinar entre unos árboles, seguido por los perros. Ella también me vigilaba, aunque parecía muy ocupada en asar a las brasas un poco de carne. Yo no dudaba de que me enredaría con las boleadoras que llevaba a la cintura, al menor gesto que le pareciese un amago de fuga.

Esa noche dormí en la cueva donde Martina guardaba sus enseres, custodiado por los perros. Ella se echó al raso, sobre el recado, y pronto la oí respirar profundamente. En cuanto a mí, no encontraba santo del cielo que me quitara la desazón y las incertidumbres. ¿Qué quería Martina Chapanay? En el pueblo ya se habían encargado de advertirme que vivía sola, que se mandaba a sí misma, y que cuando se le antojaba un hombre acostumbraba elegir al que le parecía mejor entre las víctimas de sus atracos. Pero a mí ya me tenía visto y estudiado de antes, en el pueblo, y bien podía haber empleado otras seducciones que mejor condujeran a tal fin, sin desalentar la sensibilidad masculina, tan frágil en materia de amores, que suele encogerse ante la pura prepotencia. No niego que a una minoría de mis congéneres quizá sólo se le despierte el indio después de que alguna bella tirana los muela concienzudamente a palos, pero nunca pertenecí a esa cofradía de gente rara.

¿Y si Martina, que según me habían dicho era hija de una cristiana pero también de un cacique huarpe, tenía el propósito de celebrar alguna esotérica práctica ritual de sus antepasados paternos, y me había tomado por víctima propiciatoria?

Me desperté con el sol alto, envarado, sudoroso y maloliente. Aunque ya había perdido tiempo ha, el hábito de lujos y comodidades, dormir en una cama, así sea sencilla por demás, no es lo mismo que hacerlo sobre un jergón achatado por el uso. Y menos aún si a uno lo desvelan las angustias. Cuando salí de la cueva con previa anuencia perruna, mi secuestradora, recién bañada, se estaba desenredando con una escobilla la cabellera gruesa y reluciente, en cuya negrura se distinguía apenas alguno que otro mechón canoso. ¿Qué edad podía tener la Chapanay? Aunque muchos le daban cerca del medio siglo, era una mujer de buena planta y de formas prietas y duras, labradas y disciplinadas por el ejercicio continuo, que no le había permitido desbordarse en carnes como a tantas cincuentonas afectas a los dulces y a los almohadones de plumón de cisne.

Le dije que quería bañarme, y me condujo hasta una vertiente que formaba, entre unas piedras anchas, una especie de hoya, y luego se me quedó mirando. Por lo visto, pensaba custodiarme hasta en esas circunstancias. No me decidía a desvestirme y entrar al agua, hasta que ella empezó a burlarse.

-¿Y? ¿Qué espera? No se preocupe. Ya sé lo que es un varón desnudo, en el amor y en la guerra. No me voy a asustar.

Se sentó ahí nomás, sobre un tronco caído, mientras terminaba de desenredarse el pelo y comenzaba a trenzárselo. ¡Que me viera si se empeñaba, pues! Me zambullí con orgullo. Después de todo, aunque no posaba de atleta, yo era por entonces un hombre fuerte de treinta años, y la Madre Naturaleza no había andado escasa conmigo, ni en musculatura, ni en otras cosas más útiles para los placeres de la vida.

Después del baño me cambié de ropas. Ella me estaba esperando en el anfiteatro, al lado de una especie de mesita de campaña donde estaban mis libros. También había un lápiz, un tintero con pluma y un fajo de papeles en blanco.

-Bueno, siéntese -ordenó, indicándome una cabeza de vaca-. Ahora, empiece con su trabajo.

-¿Qué trabajo?

-¿No es usted maestro? ¿O no se acuerda de que estuve mirándolo más de una semana? Me gusta cómo enseña. Tiene paciencia y no abusa de la autoridad. Casi parece un vilcu de los nuestros.

En otras circunstancias, me hubiera irritado que me comparasen con un salvaje, por más sabio que fuese. Pero entonces estaba por demás confundido.

-¿Y quién desea que le enseñe?

-A mí. Quiero aprender a leer y escribir.

-¿Sólo por eso me secuestró? ¿Pero es posible? ¿No podía habérmelo pedido por las buenas, haber venido a la escuela?

-¿Para que hasta los changos se me rieran en la cara? ¿Para que todo el mundo anduviera comentando que vieron a la Chapanay haciendo los palotes, mansita como una oveja, después de haber lanceado a tantos machos de pelo en pecho? No señor.

-¿Pero por qué tuvo que llegar a este extremo? Podría haberme encontrado aparte con usted para darle clases individuales.

-¿Ah sí? ¿Y hubiera aceptado tan contento sólo porque una india bruta, y además ladrona, se lo pedía?

Me callé. La conciencia no me dejaba contestarle con una afirmación rotunda.


Desde aquella mañana trabajamos con el rigor de un ejército en entrenamiento. Ella misma se había puesto horarios que cumplimentaba sin escamoteos. Aprendía con velocidad y solidez. Jamás olvidaba un signo, y era habilísima para captar al vuelo sus relaciones con todos los otros.

-Si me hubieran dicho antes que esto era tan fácil...

-A lo mejor no es tan fácil. Usted será inteligente.

-Leer me parece mucho más sencillo que rastrear. Imagínese: si a mí me basta ver unas gotas de agua sobre el pasto, o la manera en que se han quebrado unas ramas, para saber cuántos hombres pasaron por una senda, con qué carga, con qué cabalgadura, y hace cuánto tiempo, ¿cómo no voy a entender lo que quieren decir cuatro letras juntas?

No dejaba yo de pensar, por otra aparte, en los alumnos que seguramente aún estarían sin maestro y en el abogado que me aguardaba en vano y en cuyas manos se hallaba el pleito que podía sacarme de pobre. Alguna vez, acaso animado por los tragos que compartíamos después de la cena, me animé a dejar traslucir mis inquietudes.

-Quién lo entiende a usted. Si se preocupa por sus alumnos, no puede estar preocupado por la herencia, y al revés. ¿O no está queriendo ese dinero para vivir en la capital, y gastar como un señorito, y salir de la miseria de maestro de escuela? Así que déjese de fingir que unos changuitos con la pata en el suelo lo afligen tanto.

Callé como otras veces ante ella. Mis sueños comenzaron a avergonzarme. Yo era, al fin y al cabo, un niño de buena familia venida a menos, que esperaba del tío sanjuanino la recuperación de un patrimonio legendario, y que anhelaba también casarse con una señorita blanca y suavemente melindrosa, que tocara el piano, y hablara su poquito de francés, y supiera mover los tirabuzones y caminar en el medio de un miriñaque.

Pero no pude evitar las ganas de herirla donde más la doliera, para sacudirme su desprecio.

-Usted me critica a mí. ¿Y por qué no se fija entonces en lo que hacía su venerado General Quiroga? Si se peleó con Rivadavia era porque no quería que el gobierno central y los ingleses le quitasen las ganancias de las minas de Famatina. Y luego bien que despilfarraba sus caudales en las mesas de juego de Buenos Aires, bien que se dejó envolver por la "buena sociedad" que a usted le da tanto asco, antes de que lo asesinaran. ¿Alguien le ha devuelto un poco de la sangre que dio por él?

Martina me miró entonces. Y recuerdo sus ojos todavía.

-No di la sangre por Facundo Quiroga. La di por mi tierra. Para que pudiéramos respirar sin pedir permiso a los porteños, para que nos respetaran y nos dejaran ser lo que queríamos ser. Y di mucho más que mi sangre. Di un hijo que no pudo nacer, y di al único hombre que quise. Los dos luchamos juntos más de diez años. Pero me lo mataron en La Ciudadela, al frente de las bayonetas. Cuando menos murió como quien era.

Hizo una pausa y empinó el chifle.

-En cuanto a Quiroga, mejor era que las minas estuviesen en manos de uno de los nuestros, y no de los porteños o de los gringos. ¿Y por qué no iba a gastarse su plata en las mesas de juego si le daba la gana? No olvide, aparte, que él nació rico, y que sin embargo supo poner el pecho, no sólo por él sino por todos nosotros. Éramos libres y libremente lo acompañamos. Así como nos unimos a la montonera lo hubiéramos dejado, de no haberlo visto siempre a la cabeza, el primero en todas las cargas. Por algo los porteños y los cordobeses y los santafesinos tuvieron que unirse para sacarlo del medio.

El aprendizaje de Martina terminó con la lectura del libro de Sarmiento: Facundo o Civilización y Barbarie, que yo llevaba en las alforjas. Le hizo unas cuantas enmiendas, como era previsible, al retrato del caudillo.

-Su señor Sarmiento a veces parece una vieja contando chismes, y suele equivocarse fiero, de medio a medio. Casi no acierta una, ni siquiera cuando dice que Facundo vivía corriendo tras las hembras bonitas. Eran más las que a él le tenían echado el ojo, tanto por su fama como por su fortuna. Tampoco es verdad que hiciese la guerra de puro bruto: tanto él como nosotros sabíamos bien lo que queríamos y lo que nos convenía. Pero sí me gusta cómo lo pinta al tigre peleando. Es tal como si se lo viera ahora mismo con los ojos.

Se entusiasmó más, claro, con el capítulo sobre el rastreador, encarnado en Calíbar. Y también con los del baqueano y el gaucho malo.

-Si el señor Sarmiento me hubiera conocido -apuntaba Martina- podía haber puesto los tres capítulos en uno. Tanto he guiado tropas, como he buscado hombres y animales, y también los he robado. Claro que si me hubiera mentado a mí quizá ni los porteños ni los gringos le hubiesen creído. Nadie supone que las mujeres hagan esas cosas.

-Pues yo sí. Y aun antes de conocerla a usted. ¿Nunca oyó hablar de las Amazonas?

-¿Quiénes eran esas?

-Según las crónicas de los frailes, un pueblo de guerreras que los españoles encontraron a su llegada. Eran muy valientes y peleaban con lanzas y con arcos y flechas.

-¿No vivían con hombres?

-No, sólo los buscaban cuando querían concebir hijos. Y de los hijos, conservaban con ellas únicamente a las hembras para educarlas. Mandaban sobre otros pueblos indígenas y les exigían tributo.

-¿Ahí sí? No me gustan mucho esas señoras. Nadie es más que nadie, ¿sabía usted? ¿Y que tales mozas eran?

-Los que las vieron dicen que eran muy regulares. Si existía en ellas algún defecto, era deliberado. Es probable que se cortaran un pecho para poder manejar mejor el arco y la flecha.

-Me parece que sus amazonas son un cuento más grande que los del señor Sarmiento. Esos españoles les temerían a las hembras que no podían tener sujetas. No me extrañaría que hayan sido frailes los que escribieron eso. Y si lo dice por mí, no me ha hecho ninguna falta vivir como amazona para saber lucirme en oficios de varones.

Se puso de pie, arrebujada en el poncho que usaba para dormir sobre el recado.

-Además, señor maestro -me sonrió, y tampoco olvidé su sonrisa-, le aclaro que yo siempre tuve las dos. Y muy bien puestas. Lástima que no me sirvieran para criar un hijo.


II

Jáchal, 1880

La tumba es igual a todas las otras, o acaso más sencilla: una laja blanca cercada por flores silvestres. Sin embargo es la que más visitas recibe. Vienen mujeres con sus nietos, envueltas en un rebozo negro, y hacen besar a los niños la tapa de piedra. A veces traen un rosario y allí lo rezan, entero. Otras veces hablan, mezclando el castellano con las palabras del huarpe, que ya sólo vive en la boca sin dientes de las ancianas. No piden nada . Se conforman con que ella las escuche. Antes de irse dejan sobre la tumba, como si fuera una mesa, un poco de arrope, o una botella de chicha, o un pastel de algarrobo. Es de creer que, por las noches, la misma Martina Chapanay bebe la chicha y devora los dulces. Bien los necesita para reponerse de las cabalgatas por los llanos del paraíso, tanto más extensos que los de esta tierra, y sin duda, inagotables.

Si me quedo aparecerá en cualquier momento. Desde la hora del Angelus, los cascos del alazán chapeado empiezan a sacar brillos a las capas más finas del cielo bajo. Luego, estas comenzarán a desprenderse en esquirlas y se abrirán las nubes. Los que no la conocen los tomarán apenas por relámpagos, y no la verán descender hasta esa sepultura que ahora parece una mesa de banquete. Yo le llevo un chifle de aguardiente, como en las noches de Pie de Palo, para que el ánima no se le enfríe y resplandezca sin perderse en la oscuridad donde los signos se borran y todo parece inhóspito y deshabitado.

Empiezo a beber, pero derramo primero un poco sobre la tierra para que se alegren los dioses. ¿Estoy esperando que Martina Chapanay me pida cuentas de mi vida? ¿Le importará a ella realmente dónde y cómo he vivido? Quizá me haya recordado en ocasiones, al leer los libros que escribieron los hombres, y quizá no me haya recordado bien, porque a menudo esos libros mienten y traicionan. Porque descomponen y desfiguran, como un espejo equivocado, la realidad que otros construyen con sus cuerpos en el mundo exterior donde esos cuerpos sangran, sudan y gritan y penetran los unos en los otros, con los gestos del amor y de la muerte.

Sé todo, o casi todo, lo que Martina hizo. Volvió a la guerra, en la escolta de otro riojano, el Chacho Peñaloza, su compañero de luchas en los años de Facundo. Estuvo en las montoneras, peleó junto a la mujer de Peñaloza, doña Victoria Romero, tan dura y tan leal como Martina misma. Bebió y jugó en las pulperías, perdió y volvió a ganar las prendas del alazán, visteó y desafió a duelo a rivales y a insolentes. Liquidó a Mamerto Cuevas, pulpero de Nonogasta, que la había tomado por una cuartelera, para que purificase sus malos pensamientos con un vestido de ángel. Se le murieron, con el tiempo, el lujoso alazán y sus dos perros bravos. Y también le asesinaron al Chacho sin que pudiera defenderlo.

Lo mataron en Olta, en Los Llanos de La Rioja, cuando ya se había rendido y estaba solo y desarmado, con su mujer y un hijo. El mayor Irrazábal lo mandó sujetar, y después lo lanceó, y luego ordenó a sus hombres que fusilasen al muerto. El señor Sarmiento no dispuso esa ejecución, pero dirigía contra las montoneras de Los Llanos, y no creyó oportuno desautorizar a su subalterno.

¿Qué habrá hecho Martina entonces con Facundo el libro que le regalé cuando nos despedimos? Imagino las hojas deshechas y manchadas de barro, lanceadas como Peñaloza, ultrajadas y escupidas como la cabeza del Chacho, que Irrazábal y los suyos exhibieron por los caminos, y luego clavaron en una pica y dejaron expuesta en la plaza pública. Pero otras veces quiero creer que Martina conservó ese libro hasta el final, por la parte de verdad que también para ella contenía, o porque sobre ese suelo aprendió conmigo a rastrear otras huellas, a descubrir otra clase de tropas en retirada, o de escondidas riquezas.

Quizá ella no hubiera necesitado vengarse sobre un libro, porque ya había decidido vengarse en el asesino mismo. Para cuando llegó la hora de ese enfrentamiento, Martina no había tenido otro remedio que pactar. Había puesto su persona, y los doscientos montoneros -gauchos e indios- que por entonces comandaba, al servicio de la paz traída por la derrota. El general Arredondo la indultó y la incorporó al ejército con el grado de Sargento Mayor.

Entre la gente de Arredondo encontró a Irrazábal, en el baile que festejaba una reconciliación que siempre sería incompleta, y le mandó sus padrinos para retarlo a duelo. Pero el día de la pelea, aunque el mayor Irrazábal fue quien eligió las armas, empezó a temblar como si lo atacaran tercianas, y el sable que ya no volvió a levantar honrosamente se le cayó frente a Martina. Arredondo tuvo que trasladarlo fuera de la provincia, para que no lo insultasen mentándole su vergüenza.

Martina volvió a su tierra, al Valle Fértil donde había nacido. Dicen que siguió rastreando hacienda extraviada, y que ayudaba a los viajeros a cruzar vados peligrosos. Que había colocado tinajas de agua fresca a la sombra de enramadas para calmar la sed de los caminantes. Que, como sus antepasados huarpes, curaba con yerbas: incayuyo y vira vira, peludilla y molle, mastuerzo y palo de pichí, cola de caballo, raíz de calaguala, cáscara de chañar, mistol y culandrillo. Pero más aún debió curar, creo, por la convicción de que todo se puede vencer, hasta el enemigo invisible que se ha instalado dentro de uno mismo.

¿Qué podría yo contarle a cambio? Al lado de sus hechos, cuanto me ha sucedido parece trivial, muy poca cosa. Cobré, por fin, la herencia de mi tío, y me casé con una niña de familia antigua y piel de porcelana, que me dio seis hijos, y que sabía tocar el piano lo suficiente. No volví a la escuela. Tampoco a las Sierras de Pie de Palo, donde le di clases a una alumna incomparable. Tal vez por eso, y no porque me había hecho rico, no quise seguir jugando a ser maestro.

Pero ahora he venido a encontrarme con Martina. No pensaré más en lo que podría haber sido mi vida -en lo que podría haber significado mi vida- si hubiera tenido el coraje de vivirla con ella. La veré llegar sobre el alazán, como la primera mañana en Pueblo Viejo, precedida por un reluciente fragor de plata. La veré desmontar, ya no trajeada de gaucho, sino con la blusa y el chamal que llevaba bajo el poncho en la última noche que compartimos. Igual que entonces, la ayudaré a quitárselo todo, y desprenderé uno por uno, los pequeños botones de la blusa.

Y así aparecerán los pechos al rescoldo de la luna, húmedos y precisos como sus labios, con el brillo mate de la alpaca lustrada, pero tan cálidos como si mis manos hubiesen sido hechas sólo para tocarlos. Los dos pechos siempre jóvenes, enteros y perfectos de Martina Chapanay, más hermosa que la Reina de las Amazonas.

Martina Chapanay


Tumba de Martina Chapanay en el cementerio de Mogna, San Juan
Nació en el valle de Zonda, en San Juan de Cuyo, en 1800. Hija de Chapanay, último cacique huarpe de ese lugar, y de Mercedes González, una cautiva blanca robada a fines del siglo XVIII. El vocablo “Chapanay” se debe interpretar así: “chapad”, pantano, y “nai”, negación; por lo tanto: lugar donde no hay pantanos (1). Desde niña sintió atracción por las tareas propias de los hombres de su condición: fue jinete, baquiana y rastreadora habilísima. Adquirió asimismo gran capacidad en el arte del cuchillo, del lazo y de las boleadoras. Sus cualidades de destreza, audacia y valentía no fueron obstáculo para que se transformara en una mujer atractiva que “reinaba en los corazones” y era “admirada y respetada por cierta conducta recatada”.
En 1822, durante uno de sus viajes al Pueblo Viejo (Concepción) con objeto de vender mercaderías, Martina Chapanay conoció a quien tendría trascendente participación en su vida. Había ido a una de las mejores pulperías de la ciudad a vender unos porrones de “aloja” y adquirir un poco de azúcar, yerba y tabaco; al salir con su compra del local casi se lleva por delante a un mozo que entraba en esos momentos. Tratábase de un gaucho joven, agraciado, fuerte, de mirada inteligente, bronceado por el sol y con aire de forastero. Martina le pidió discupa, acompañando su excusa con una sonrisa, desacostumbrada en ella; el desconocido le hizo un tímido saludo con la cabeza, en señal de sorpresa admirativa, permaneciendo al principio como asombrado, corriendo luego a remover los cueros que cubrían el hueco abierto de la puerta del local para facilitar su salida.
Poco después preguntaba al pulpero sobre la joven, se enteró que era la hija del cacique Chapanay. Quiso gustar el brebaje llevado por la muchacha, que el pulpero le mostró, logrando que éste le sirviese una copa, que le gustó. El paisano se dirigió al día siguiente a Zonda donde se reunió con el padre de Martina para informarle que Quiroga lo enviaba desde su patria chica, La Rioja, para invitarlos a participar en las montoneras que estaba reuniendo, con hombres de allí y de los pueblos hermanos, para defender la libertad de todos los hombres de esas regiones. El propósito de salir a la lucha, en esos momentos precisos que la patria debía organizarse, en procura de un gobierno que los protegiese a todos contra las injusticias y abusos a que estaban reducidos desde hacía mucho tiempo, era justo y honroso.
Martina siguiendo sus huellas, se enroló en el ejército de Facundo Quiroga, interviniendo posteriormente en todos los combates de la campaña del riojano. Guerreó a favor de los caudillos que en las provincias encarnaron los anhelos populares.
Pedro D. Quiroga refiere que Martina “en la mitad de su carrera tuvo que lamentar la pérdida de su compañero que había perecido en la batalla de la Ciudadela en el Tucumán…”.
En efecto, uno de los jefes de la montonera de Facundo Quiroga, el intrépido comandante de gauchos consorte de Martina, perdió la vida al lanzarse en una violenta arremetida contra una línea de bayonetas del enemigo, a la que consiguió quebrar; a poco de haber obtenido ese resultado fue rodeado por milicos de infantería, y en una lucha desigual, que pudo haber prevenido, le mataron el caballo, que le arrastró a tierra, en donde le acosaron sus enemigos, ultimándole con un bayonetazo fatal.
Muerto su consorte, en la Ciudadela, el 4 de noviembre de 1831 y asesinado Quiroga en Barranca Yaco (1835), Martina Chapanay regresó al hogar paterno en Zonda Viejo, que encontró abandonado: los miembros de la pacífica y laboriosa tribu habían sido muertos y robados por el blanco, otros murieron reclutados en los ejércitos y los restantes se refugiaron en la serranía.
El constante clima de guerra y, en consecuencia, el cierre de establecimientos, habían separado del trabajo a los hombres, y las provincias no pudieron dar a la masa desocupada el sustento necesario. Malogrado el hábito del trabajo, se originaron las bandas nómadas aplicadas al atraco de la propiedad ajena. Martina, asilada en los montes, y acorralada por la miseria, se convirtió en jefe indiscutida de una de ellas, siendo repartido el producto de sus robos entre los pobladores más humildes. Más tarde, se enroló en las huestes del gobernador y caudillo sanjuanino, general Nazario Benavídez, comportándose gallardamente en el combate de Angaco (6 de agosto de 1841) y también en el de La Chacarilla en donde dicho general, favorecido por un fuerte viento Zonda, atacó sorpresivamente a las tropas unitarias del Gral. Mariano Acha que habían acampado en este lugar después de haber vencido a las fuerzas federales en la Batalla de Angaco. Su participación en las fuerzas federales, en defensa de la provincia de San Juan, junto al gobernador, demostró un deseo de exponer la vida en apoyo del sentir popular de Cuyo en esa contienda civil.
Asesinado Benavídez, en 1858, Martina Chapanay volvió a asumir la dirección de una cuadrilla de bandoleros. Poco tiempo después, abandonó esa vida, acompañando al caudillo Angel Vicente Peñaloza en su última y desgraciada lucha en defensa de los fueros riojanos.
Pasó sus últimos años arriesgando su vida en salvaguardia y beneficio de su “patria chica”. Campeó contra las arbitrariedades en provecho de la comunidad, prevaleciendo en ella un deseo constante de hacer el bien al prójimo. Sus hazañas fueron incontables y heroicas. Llegó a tener una reputación extraordinaria como benefactora tutelar de los viajeros, y prestó grandes servicios a los hacendados.
Sin embargo, en los finales de su vida, Martina tuvo actitudes poco felices. Pedro D. Quiroga dice que: “en las últimas campañas de Peñaloza, ha figurado siempre en la escolta de éste, desempeñando con habilidad la delicada misión de “espía”. Pero una vez concluida la montonera con la muerte del caudillo, tuvo la previsión de fijar su domicilio en el Valle Fértil, y se ocupaba en dar aviso a las autoridades de todas las intentonas que meditaban los montoneros que habían quedado por entonces dispersos en pequeños grupos asolando las poblaciones de la campaña de la provincia de San Juan”.
Murió en Mogna, absuelta de sus pecados por el cura párroco de Jachal, que también se ocupó de su entierro. Su tumba ha sido observada por el historiador Marcos estrada en el cementerio viejo de Mogna: “Una cruz de madera, hincada en el suelo, señala el lugar consagrado en donde descansan los restos de una mujer argentina que sobrevivió la tragedia de su época y supo salvarse del naufragio, resucitando a la inmortalidad”.
Lamentablemente no se conoce ningún retrato o ilustración de Martina Chapanay, pero sí nos queda la descripción que Marcos Estrada hace de ella: “de estatura mediana, ni gruesa ni delgada, fuerte, ágil, lozana, mostraba un raro atractivo en su mocedad. Parecía más alta de su talla: su naturaleza, fuerte y erguida, lucía además un cuello modelado. Caminaba con pasos cortos, airosa y segura. Sus facciones, aunque no eran perfectas, mostraban rasgos sobresalientes; su rostro delgado, de tez oscura delicada, boca amplia, de labios gruesos y grandes, nariz mediana, recta, ligeramente aguileña, algo ancha –mayormente en las alas-, pómulos visibles, ojos relativamente grandes, algo oblicuados, garzos, hundidos y brillantes, de mucha expresión, que miraban con firmeza entre espesas pestañas, cejas pobladas, armoniosas, y cabello negro, lacio, atusado a la altura de los hombros. Su fisonomía era melancólica; podía transformarse en afable, por una sonrisa, dejando visibles dos filas de dientes muy blancos. A pesar de que su continente era enérgico, había en él un sello de delicada feminidad. Su carácter, algunas veces alegre, era no obstante taciturno, magnánimo, solía transformarse en irascible, y hasta violento, ante el menor desconocimiento a su persona. El timbre de su voz era más bien grave, que lo hacía esencialmente expresivo. Animosa y resuelta, no le fatigaban los grandes viajes ni el trabajo incesante; aguantaba insensible el frío y el calor, y resistía sin lamentaciones el sufrimiento físico”.
Referencia
(1) También se considera que puede tener este otro significado: “chapa”, ocupación o posesionamiento de tierras, y “nay”, hacer.
Fuente
Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino (1750-1930) – Buenos Aires (1969).
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Estrada, Marcos – Martina Chapanay, realidad y mito – Buenos Aires (1962).
Quiroga, Pedro D. – Martina Chapanay, Leyenda histórica americana – Buenos Aires (1865)
www.revisionistas.com.ar

MARTINA CHAPANAY
Fragmento de la historia de San Juan¨de Daniel Chango Illanes


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El despojo de la tierra y el agua, motivó que surgiera un “movimiento campesino indígena”, de resistencia social.

Una de las líderes de este movimiento de resistencia fue Martina Chapanay, mestiza, según algunos, aboriginaria según otros, nacida en 1800 en Zonda, hija de Ambrosio o Juan Chapanay, de madre blanca, cuyo nombre era Mercedes González. Otros dicen que nació después de 1810. Se han dicho cosas delirantes, como que era hija de un indio toba, que nadie explica cómo podría haber llegado San Juan. Otros dicen que su padre era el cacique de Zonda. Pero no faltan los que aseguran que era lagunera. Y punto.



El periodista y escritor José Baidal la hace mulata, habitante de la barriada de la Chimba, habla del tal Cruz Cuero, la imagina amiga de San Martín y la inventa mendocina, además.



"La Martina era una mulata de averías, jinetaza y cuchillera, que supo tener a mal traer a los que se pasaban con ella. Descontenta y sin saber qué era lo mejor, vivía en el barrio La Chimba, entre la actual los Pescadores (hoy Coronel Díaz) y el Canal Zanjón.

Era machaza de verdad y más de una vez no sacó el cuchillo para defenderse, por que le sobró con un puñetazo para voltear al más zafado. Un día se topó con el Cruz Cuero, jefe de bandidos montoneros que se ocultan en medanales de lo que hoy es Lavalle y sólo salían de allí a robar. No entendió cuando él le dijo que conocía su fama y venía a llevársela. Ni tampoco le dio al Cruz Cuero para sacar la daga; extrajo la suya rápidamente, le aplicó un planazo y le buscó la panza. Desorientado el bandido sólo atinó a defenderse cuerpeándole a la morena, para luego, desde lejos, decirle entre carcajadas, que parara la mano, porque él quería arrimarse a ella, pa vivir juntos, pues. La mulata vestía blusa, bombacha de gaucho y botas de cuero. Dijo, mientras guardaba el cuchillo: eso ya es otra cosa.

Y se juntaron nomás. Se quedaron en La Chimba, más bien en la calle de Los Pescadores, haciéndose clientes de la pulpería y de los patios con fiestas campestres (...). Cruz Cuero con sus antecedentes y costumbres pronto encontró dificultades, y con la mulata regresó a las lagunas, junto al bandidaje que se escondía en los bosque de centenarios algarrobos, entre los médanos de ese desierto que todavía existe (...).

Allí la mulata peleó junto a su compañero, en asaltos a viajeros de la zona. La pareja se afincó en Lagunas del Rosario, donde ya se había levantado la capilla con ese nombre y el cementerio, junto al cual se eleva todavía, un algarrobo secular al que los lugareños llaman desde entonces, "el árbol de la Justicia y de los Suplicios". En una gruesa rama de éste se ahorcaba a los condenados a muerte y en el tronco - que tenía un cepo - se torturaba a los forajidos. La mulata, preocupada por los sobresaltos que de continuo le producían las corridas policiales, decidió que en alguna otra parte podría cambiar de vida.

En las Lagunas del Rosario, con el tiempo, también se ocultarían llaneros que huían de La Rioja, como José Manuel Cornejo, Estanislao Gil, Cruz Albino y hasta el mismísimo y tan temido capitán Guayama.

Le extasiaba el caos del desierto, le agradaba también su gente, se hubiera quedado allí para siempre, pero otros acontecimientos, como anticipándose a sus anhelos, dispararon sus dudas y causaron su futuro.(...)

Un día, tras otro de los ya mentados asaltos, la Mulata vio cómo una de las partidas daba muerte a Cruz Cuero. Salvóse ella saltando como una fiera sobre los sorprendidos milicos, con su cuchillo cruzando el aire a diestra y a siniestra.

No se dio por vencida y reorganizó la banda, capitaneándola por mucho tiempo. La dirigió en muchos otros atracos, protegida por la gente humilde a la que entregaba lo producido de los robos. Pero un día, contemplando el Algarrobo de la Justicia y de los Suplicios, se le dio en pensar si alguna vez no le tocaría a ella ser colgada allí. No tuvo miedo. Sí una clara visión de la realidad y una rara sensación de disconformismo. Además, ya nada sería igual sin el Cruz Cuero.

Dejó en libertad de acción a la banda y volvió a la Chimba. Al verse nuevamente en lo suyo, supo que sería otra persona. Advirtió que casi no quedaban hombres jóvenes. Se habían ido a El Plumerillo, donde un general organizaba las fuerzas que liberarían a Chile y al Perú. Fue una revelación. Hacia allí se dirigió al galope de su caballo, urgida por algo desconocido. Y ofreció sus servicios a un extraño y admirado general San Martín, quien la nombró chasqui del ejército. Así nació otra vida, también llena de peligros y de hazañas, pero recompensada con el honor. Y galopó sin descanso en su montado día y noche, llevando y trayendo mensajes para el general San Martín. Se ganó el respeto de jefes y de soldados y lucía con orgullo la chaqueta de oficial que el General le había regalado, bombacha de paisano, botas de charol con espuelas. También supo cargar sable, se hizo diestra en el manejo del fusil, y hasta aprendió a disparar un cañón, pero sin dejar a su última amiga la daga, que llevaba metida en su bota, lista para ser usada.

San Martín estaba sorprendido de su eficiencia y contemplándola con su mirada de águila, un día que salía a la carrera de su flete con otro mensaje, se dijo que mujeres así necesitaba la Patria. Mujeres como ésa -que ahora descansa de su azarosa vida protegida por la Historia- como esa, como la de Martina Chapanay".

[BAIDAL, José: Cuentos de la Mendoza marginal]



Pedro Echagüe inventa un padre toba para Martina. Simplemente para sostener el prejuicio que en San Juan no “hay” indios, prejuicio que luego administró a nivel intelectual, Mariano Gambier:



“A poco más de treinta y cuatro leguas de la capital de San Juan, y en dirección al S. E. de la misma, hállase situada la primera de las famosas lagunas de Guanacache, que, como se sabe, proveen a la ciudad de exquisito pescado. Sobre las movedizas arenas que circundan el cauce de la más importante de aquéllas, la llamada "El Rosario", y bajo un techo de totora y barro, nació Martina Chapanay el año de 1811.

La sencilla vida de los escasos moradores de aquellos lugares, no convenía a los instintos de la criatura ansiosa de espacio y movimiento, según más tarde lo demostraría. Aparejar los espineles por la tarde para revisarlos a la aurora, campear los asnos y las demás bestias de servicio, y sentarse por la noche a la entrada de la cabaña a oír el canto de los sapos, bajo la claridad de la luna o las estrellas, no eran cosas que pudieran satisfacer el espíritu inquieto y aventurero que se revelaría después en la muchacha.

Juan Chapanay, su padre, solía recordar complacido que era un indio puro. Natural del Chaco, había sido arrebatado de la tribu de los Tobas a la edad de seis años, por indígenas de otra tribu, con la que aquélla se encontraba en guerra. Reducido al cautiverio, al cabo de dos años pasó al dominio de otro indígena más civilizado, que se ocupaba en recorrer las provincias, vendiendo en ellas yerbas y semillas traídas de Bolivia. Dedicado por su nuevo amo al oficio de curandero ambulante, visitó con éste gran parte de la República Argentina. Cuatro años más tarde, y cuando cumplía doce de edad, Juan aburrido de comer mal, dormir peor y caminar sin descanso, resolvió emanciparse del todo, o enajenar sólo en parte su libertad, si así le convenía. Había aprendido a estropear el castellano y contaba con que esto le facilitaría su propósito. Su amo resolvió, por aquel entonces, hacer una excursión a las provincias de Cuyo y lo llevó consigo. Allí se le presentó a Juan Chapanay la ocasión de realizar su propósito, y la aprovechó. Se encontraban en San Juan, a la entrada de Caucete, y se habían alojado en compañía de un lagunero [ 1 ], cuando el hambre que lo tenía acosado hizo que el muchacho se echara a llorar amargamente. Curioso el lagunero por saber la causa de aquel llanto, lo interrogó aprovechando un descuido de los otros indios, y supo no sólo que aquél estaba poco menos que muerto de hambre, sino también que abrigaba la firme intención de fugarse. Tuvo el lagunero compasión del infeliz, y se ofreció a llevárselo en ancas de su mula. Así se hizo. A media noche, cuando los coyas roncaban, Juan Chapanay se alejaba con su salvador, rumbo a las Lagunas.

El hombre a quien Juan Chapanay había confiado su destino, no tenía familia. Se llamaba Aniceto y era un excelente anciano que no tardó en profesarle un afecto paternal. Como a verdadero hijo lo trató y consideró, siendo una de sus primeras preocupaciones la de hacerlo bautizar en una iglesia de Mendoza.

El muchacho supo corresponder a los beneficios que su protector le dispensaba, y ayudó eficazmente a éste en su industria de pescador. Al cabo de algunos años estaba completamente aclimatado en las Lagunas, e incorporado a la vida del lugar como si hubiera nacido en él. El anciano Aniceto, con quien había trabajado como socio en los últimos tiempos, murió, y lo dejó dueño de recursos bastante desahogados.

Llegaba justamente Juan Chapanay a la plena juventud y a pesar de que los vecinos vivían allí como en familia, se sintió demasiado solo en su intimidad, y pensó en casarse. Sus convecinos lo habían elegido juez de paz del lugar, pues los laguneros constituían por entonces una especie de minúscula república independiente, que elegía sus propias autoridades. La justicia de la provincia sólo intervenía en los casos de crímenes o de grandes robos, por medio de un oficial de partida que inquiría el hecho y levantaba sumario, cuando lo reclamaban las circunstancias. El ruido de armas no turbó la tranquilidad de aquellos lugares; y ni cuando el caudillaje trastornó todo el país, dejaron de ser los laguneros un pacífico pueblo de pescadores y pastores, aislados del resto del mundo al borde de sus lagunas. La región de las Lagunas de Guanacache, está hoy lejos de ser lo que antes fue. Se ha convertido en un desierto en el que el fango y los tembladerales alternan con los arenales. El antiguo pueblo ha desaparecido. Los caudillejos locales concluyeron por envenenar el espíritu de aquellos hombres sencillos y primitivos, y Jerónimo Agüero, Benavídez y Guayama, los arrastraron al fin a las revueltas, perturbando su vida de paz y de trabajo. De las poblaciones de Guanacache, no queda, pues, más que el nombre, que está vinculado a algunos episodios de nuestra historia política.

Juan Chapanay comenzó a ir a la capital de San Juan con más frecuencia. No se presentaba ahora en ella solamente como vendedor de pescado, sino también como visitante que deseaba divertirse e instruirse un poco en el contacto con la ciudad. Gustaba de frecuentar los templos, y después de oír misa con recogimiento, solía quedarse en el atrio mirando salir la concurrencia. Persistía en su propósito de casarse, pero la ocasión no se le presentaba, y él se afligía de que el tiempo corría sin traerle ninguna probabilidad de encontrar la compañera que él soñaba, y que no debía ser por cierto una lagunera, ¡Ah, no! El tenía pretensiones más altas...”

[Echagüe, Pedro: Martina Chapanay, Biblioteca Digital Clarín]



Puede admitirse todo esto, sólo como imaginación literaria. Pero en términos históricos es un invento. Aunque algunas cosas puedan ser ciertas.



La literatura popular la inmortaliza en la cueca de Hilario Cuadros, donde Juan Chapanay su padre es cacique lagunero:



“La Martina Chapanay, cueca guanacacheña

Recitado:

En 1811 nació una linda cuyana,

Entre cedrones, tomillos, toronjiles y pichanas.

Adornaban la laguna

Pájaros bobos, retamas,

Y otros yuyos bendecidos

Que purifican el alma.

Según nos cuenta Guayama que Guanacache

fue el nido donde nació la cuyana

de tan lindo apelativo.

Era su nombre Martina

Y Chapanay su apellido…

¿Y para el huarpe aparcero?

¡Va este cuecón lagunero!



Letra:

Lagunera fue, sí señor

hija del cacique Juan Chapanay

y de la Teodora,

la que el huarpe añora

en el alma nuestra debe perdurar



Lagunera fue, sí señor

Heroína fuerte cual ñandubay

La que el huarpe añora

En el alma nuestra debe perdurar



Fue Martina Chapanay

La nobleza del lugar

Cuyanita buena de cara morena

Valiente y serena

No te han de olvidar



Y Guayama es, si señor

Lagunero puro nativo y leal

Tiene un gran anhelo

Por su patrio suelo

Como sus abuelos lo quiere cuidar.



Adviértase que aquí la madre es Teodora y no Mercedes, no es blanca, ni su padre es toba.





Chapanay quiere decir “lugar entre ríos”, según se explica en Valle Fértil. Chapac -y nay, en una traducción más ajustada, quiere decir “bajo o zona pantanosa”, perfectamente podrían ser las lagunas de Guanacache o del Rosario, o el Estero de Zonda.



Aprendió destrezas entonces limitadas a los hombres. Sabía rastrear. La imagen que se instaló de ella fue la de una mujer trasvestida de “gaucho”. Aclaremos que no es excepcional ni extraño que las mujeres conocieran estas destrezas. Estaban prohibidas para ellas, que es otra cosa.



Tuvo una tremenda rebeldía frente a su realidad social y frente a su posición ante el género.



Según Pedro Desiderio Quiroga, Martina Chapanay se fue con un enviado de Quiroga que reclutó alguna gente en San Juan para enviarla al Norte. Se transformó rápidamente en una guerrillera de caballería de óptima formación.



Combatió en Ciudadela, en 1831, a las órdenes de Quiroga. Volvió a San Juan más tarde, y en Zonda no halló más que desolación. No encontró a su gente. Había una tgotal desestructuración del grupo campesino indígena. Había llevado a los pobladores a otras partes. Muchos habían huido y otros habían sido arrastrados por la levas.



La resistencia ya existía en el Pie de Palo, bajo la forma de acciones en banda y en el despoblado. A esta resistencia se incorpora Martina, transformandose en jefa de banda de salteadores.



Hay un perfil orgiástico en esta forma de lucha, perfil que presenta una amplio espectro liberador y colectivo:



“Luego de asaltar alguna casa o viajero rico, su pandilla organizaba en cualquier rancho un festejo al cual acudían muchos paisanos y podía durar hasta dos o tres días”.

[CHUMBITA, página 110]



Chumbita se detiene en un aspecto que merece un análisis especial:

“…cuentan que la banda se disolvió en medio de una pelea por el vistoso “apero chapeado” y otras prendas robadas a un viajero, cuando Martina se alzó con ellas y dispersó los caballos de sus compinches; luego anduvo sola, luciendo aquel apero ornado con tachas de plata o de metal, chiripá y el resto del atuendo gaucho, por los suburbios y pulperías de Caucete, Angaco y otras pequeñas poblaciones”.

[CHUMBITA, página 110]



¿Es una sola o eran varias las mujeres que sintetizaba Martina? Por un lado, la ropa de paisano rico eran algo que tenía un doble valor libertario: por un lado trasvestismo de género, por el otro trasvestismo social que le permitía tener símbolos de prestigio y poder.

Aunque no se sabe qué es la entitdad social “gaucho”, por la confusión que implica su profusa polisemia, en Martina hay un deseo de apropiarse del ser gaucho:

“Por diversión o por dinero apostaba a montar potros indomables y se batía con los mejores cuchilleros. La policía no podía contra ella. Aparecía con frecuencia protagonizando duelos y diversiones, y en todos lados encontraba amigos y encubridores. Repartiendo el fruto de sus correrías, se aseguraba “en cada rancho un aliado”.

[CHUMBITA, página 110]



Según se sabe, Martina colaboró con Benavídez y Aldao, peleando en la batalla de Angaco y en el combate de La Chacarilla, contra las fuerzas unitarias del general Mariano Acha, en 1841.



En 1850, aproximadamente, se dedicaba a trabajos de baqueana, y rastreadora, buscaba animales perdidos. Dicen que los escondía para después buscarlos, para lo cual cobraba un rescate.



Se le inventó un romance con un gaucho imaginario llamado Cruz Cuero. A todas luces se ve que ese es un nombre imaginario, usado por Pedro Echagüe, un unitario, que al combinar las expresiones cruz y cuero, relaciona el nivel ideológico (cruz, catolicismo), con la producción (cuero), para caracterizar una época en dos palabras. Ideología novelada.



Martina era una mujer de una gran osadía sexual. Raptó a un grandote en el Pueblo Viejo (Concepción), después de bolearle el caballo, y se lo llevó a Papagallos. Se robó vino, aguardiente y guitarra. Echagüe da una versión light de esta historia.



Chumbita – que admira al personaje – quiere dejar a Martina a resguardo de prejuicios homofóbicos:

“Lejos de las inclinaciones homosexuales que podrían hacer presumir sus hábitos varoniles, todo indica que Martina se sentía mujer, lo que no le impedía adoptar en el amor actitudes dominantes. En su vida aventurera no mantuvo relaciones estables de pareja, y no hay ningún dato que permita suponer que tuvo hijos”.

[CHUMBITA, página 112]



Lo que dice Chumbita es absurdo y anticuado. Una mujer bisexual u homosexual, se siente mujer aunque se sienta atraída por personas de su mismo sexo. Y además, es ridículo pensar que una mujer dedicada a acciones militares irregulares, y a acciones de bandidaje solitario o en banda, pudiera haber sido unA ama de casa, reducida al dominio patriarcal. Toda lucha de la mujer, a escala genérica, y a escala social, es una lucha contra el patriarcalismo, y en esa lucha está la apropiación de símbolos (como la ropa).



Cuando el Chacho decidió vengar a Benavídez, la Chapanay se sumó a la montonera. En La Rioja anduvo, no una sino varias veces. Se cuenta que habría ultimado a un pulpero llamado Roberto Cuevas, de Nonogasta.



El general represor y mitrista Arredondo, intentó llegar a un acuerdo con ella. Fue en esa ocasión que, dicen, humilló al famoso mayor Pablo Irrazábal, que había matado al Chacho.



Más tarde Martina se fue al Valle Fértil. Ahí aparecen historias que intentan desdibujar su papel de resistente social: algunos la ven como colaboradora de la policía, otros advierten en ella poderes sobrenaturales, otros recuerdan que colocaba tinajas en el campo cargas de agua, para mitigar la sed de los viajeros.



Echagüe dice que la mató un puma, o que la picó una serpiente. Parece que murió en Mogna. Otros dicen que está enterrada en Zonda.



“Las memorias populares se han mezclado con la trama novelística de Echagüe, que tuvo gran difusión y no carece de atractivo literario. Si bien el autor declara fundarse en los testimonios orales, su relato fue escrito con una evidente intención de sustraer a la Chapanay de la tradición federal, pues omite mencionar su participación en las montoneras y enfatiza episodios como el supuesto salvataje de dos militares porteños unitarios”.
[CHUMBITA]


PUEBLOS ORIGINARIOS


Huarpes

Mansos, humildes, pacíficos son algunos de los atributos mencionados a la llegada españoles para referirse a los Huarpes.¿ Pero quiénes eran estos? ¿Dónde vivían? ¿Cómo se relacionaban? ¿Por qué los españoles utilizaban estos calificativos? Y mas interesante aun ¿Qué es de ellos en la actualidad?
Los Huarpes o Wuarpes eran una etnia del kuyún o Cuyo
Su ubicación geográfica para mediados del siglo XVI era las grandes regiones de las provincias argentinas de: San Juan, San Luis y Mendoza e incluso el norte de la provincia de Neuquén.

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Es interesante no dejar de mencionar que los asentamientos mas importantes fueron los de Caria y Guentota, donde debido a la gran extensión de los valles y la posibilidad del regadío de las tierras los dos mayores ríos Zanjón - Jáchal en el centro de la actual provincia de San Juan y el Diamante en la de Mendoza se encontraba la mayor densidad de población aborigen. Por eso tiempo después los españoles fundaron las ciudades de Mendoza y San Juan en eso asientos.

Cada tribu estaba formada por unas 30 personas distribuidas en 6 o7 viviendas que eran comandadas por un cacique.



Esto nos muestra que desde tiempo remoto este espacio, nuestro espacio, el argentino ofreció las posibilidades necesarias para la adaptación, desde suelos, climas, vegetación y relieve. Facilitándoles la vinculación profunda con sus territorio una relación de ida y vuelta hombre-paisaje alimentando su tan singular cultural.
La región que ocupaba el pueblo originario de los huarpes es sumamente interesante ya que por un lado es el límite meridional de la expansión de los pueblos agricultores en tiempo prehispánico y por el otro representa un hábitat transicional con las culturas de Pampa y Patagonia. Es muy probable además que a esta región haya llegado influencia de los araucanos desde el actual territorio chile.
En ese entonces abundaban los bosques de algarrobo y en algunas zonas había lagunas. En la actualidad estas zonas están desiertas, escasean el agua y los alimentos.
En este entorno instalaban aldeas de pocos habitantes que es trasladaban de un lugar a otro según las estaciones del año.
Puede decirse que eran relativamente sedentarios, aunque es importante mencionar que aquellos grupos que vivían de la pesca y de la agricultura fueron aferrándose a la tierra.
Existían diferencias internas en la cultura: los huarpes del oeste eran agricultores sedentarios y como producto básico cultivaban el maíz y la quínoa. Poseían acequias en los terrenos cultivados y fueron ceramistas. Prácticaban la recolección y la caza en menor medida.
Por el contrario los huarpes del este eran cazadores de liebres, ñandúes, guanacos y vizcachas. Algunos cronistas han mencionado que para realizar la caza implementaron perros adiestrados. Utilizaban para estas actividades el arco y la flecha y las boleadoras, elemento que luego fue implementado por los gauchos.
Fue novedoso para los conquistadores la forma de realizar esta actividad, del momento que ellos visualizaban por ejemplo a un venado se les acercaban caminando para luego trotar sin perder jamás la vista en la presa, no lo dejaban que se detuviera, ni les permitían comer hasta que al cabo de dos o tres días el animal se fatigaba y se rendía ante ellos, ”caza por cansancio”, para que luego ellos lo atrapaban, lo cargaban para que luego retomaran el camino a su casa donde realizaban una fiesta con el resto de la familia.
En conjunto, como vemos, había una relación diversa según las regiones y las comunidades, practicándose todo tipo de económica para la subsistencia: agricultura, caza, pesca y recolección.
Digno de mencionar son los patrones de asentamiento ya que estos presentaban diferencias. Donde se cultivaba, en la zona de montaña, las viviendas eran fijas y de pircas: en Guanacache eran semisubterraneas; en el este nos encontramos con el “toldo”. Sus casas son portátiles y están clavadas en el suelo. Cuando la caza escaseaba cargaban su casa después de haber enrollado las pieles, de un lugar se trasladaban a otro y volvían a levantar su pueblo.
Este caudal constante de culturas fue moldeando no solo su modo de vivir sino también la forma de comunicarse, es por eso que se dice que dicha cultura era poseedora de dos dialectos: allentiac este se hablaba en los valles de San Juan y milcayac en los mendocinos.
La forma de formar palabras que tenían era por medio del sonido, alrededor de 20, de los cuales 5 eran vocales Podemos mencionar algunos ejemplos, “ar que significa “alma” “carigue” que quiere decir blanco; “guaymallén”, que corresponde a un lugar de ciénaga.

Si tenemos que hablar de sus creencias tenemos que decir que adoraban al sol y las estrellas, la luna, el relámpago y el rayo, los cerros y el río estos Su religión era politeísta ósea creían en varios dioses. El dios más adorado y últimos representaba espíritus que se les rendían ofrendas para que los protegieran. Tenían un ceremonial religioso, que era dirigido por el anciano del grupo. Este convocaba a los demás hombres para realizar el ritual en una habitación rodeada. Las mujeres estaban excluidas. Allí se reunían cuatros días seguido, en donde comían, bebían y bailaban. El anciano denominado “chaman” invocaba a las fuerzas sobre naturales, con un instrumento de percusión. Esta ceremonia estaba incluida en el ritual de iniciación, en el que las mujeres jóvenes eran presentadas los hombres. El hechicero era llamado “machi” y se encargaba de curar a los enfermos a través de procedimientos “mágicos”, utilizando distintas hierbas también para uso medicinal.

Con relación a la cultura es importante nombrar como realizaban sus funerales: fundamentalmente este era un acto social, consideraban que el difunto tendría un viaje al mas allá. Es por eso que colocaban en sus tumbas objetos personales como matas, ropas, bebida y comida.



AL encontrase en un territorio donde existían vastas zonas inundadas, debido a la presencia de diversos ríos y lagunas, esto condicionaban un tipo de vida singular de estas comunidades, llamadas tradicionalmente “huarpes laguneros” o “huarpes Guana cache”. Estas denominaciones fueron adoptadas por ello no solo por no solo por dedicarse a la caza sino también a la pesca. Esta ultima actividad la realizaban con un tipo de balsa que es lo mas antiguo de que se tenga conocimiento como embarcación. Su construcción es elemental: la unión de tallos de juncos atados con fibras vegetales.





Pero no solo tejían el “retorcido”, que consistía en pasar dos tiras de material flexible por debajo de los elementos o su medio de transporte sino que también sus utensilios, los cestos eran hechos con juncos, aplicaban varias técnicas. Una era la técnica del “espiral”, consistía en enrollar una cantidad de juncos que se ataban con tiras flexibles alrededor de un armazón. Luego se lo decoraba con lanas teñidas como el azul, rojo, o verde. Es probable que también hayan usado urdiembre. Al pasar cada tira, se daba media torsión. Este legado cultural se sigue utilizando hasta la actualidad.

Un hecho que confirma esto es que en estos momentos se esta llevando adelante es un escuela de Costa de Araujo; Mendoza, un proyecto denominado “Huellas de mi gente” abalado por la Dirección de Enseñanza Técnica del Ministerio de la Nación buscando trabajar con material genuino de la zona. Lo que se pretende con esto es trasmitir – a quienes no están en contacto con la cultura huarpe- muchos de sus secretos, y además para quienes lo práctican las distintas artesanías, una nueva salida laboral.
Las artesanías de los huarpes es caracteriza, por no utilizar químicos alguno. A la técnica del hilado se le suma la marroquinería, la alfarería y la confección de calzado de cuero vacuno o caprino. Junto con todas estas técnicas se le une labores a mano como tejidos de lana de oveja o de conejo.
Claudia Herrera Vice-Presidenta de Organización y Pueblos Indígenas en Argentina y descendiente por parte de madre de los huarpes, me menciono en un entrevista que le pude realizar, que la comunidad huarpe en la actualidad, su principal actividad es el desarrollo del turismo con identidad, ventas de artesanías, arte indígena, junto con la realización de huertas comunitarias muy similar a lo mencionado anteriormente.

Aquí se puede observar una muestra de lo que en la actualidad esta comunidad esta realizando:


Cerámica.

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Telar y jumquillo



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Cuero: cintos y accesorios




Todos estos trabajos se realizan con un mínimo de herramientas básicas obtenidas fundamentalmente del reciclaje y adaptación de utensilios destinados a otros menesteres. La capacitación, tanto para el manejo de las técnicas como para el diseño de objetos se nutre, principalmente, de la observación del trabajo de otros miembros del hogar; en mucho menor cuantía, de conocimiento obtenido de capacitaciones especificas. Si bien, las familias, actúan como talleres formativos, la producción es básicamente individual.
La transformación de los productos así como la utilización de materias naturales _ en el caso de las anilinas y colorantes, ponen de manifiesto la dinámica que se hace extensiva a otras etapas del sistema productivo, comercialización y consumo.
En efecto, la comercialización se basa en la gestión personal del artesano a través de la venta directa en su vivienda –taller- al consumidor local o al intermediario para el consumo extraterritorial, o bien en puestos demostrativos en el área central de la ciudad de Mendoza, forma que a la vez es difusión complementaria al “boca en boca” más tradicional. En todos los casos los precios son fijados por el/la artesano/a, con una ganancia mínima estimada en base a los días de trabajo que la pieza ha requerido y deprecia el valor agregado del diseño que, simplemente, va incluido en el “saber hacer”. Otra forma de comercialización de las artesanías es a través de la asociación con otros productos regionales -vinos, comidas tradicionales- en una sinergia comercial todavía, de restringido alcance.


Exposición y venta en el centro de Mendoza


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En el caso del Mercado Artesanal este lleva a cabo un programa de promoción del artesano folclórico por la subsecretaria de Desarrollo Social de la Provincia; está destinada al rescate y valorización de las te4cnicas artesanales de la población aborigen huarpe y tehuelche del territorio provincial. Pretende además generar empleo con ingresos mas estables para…”aquellos artesanos que mantienen su identidad “Para ello el Mercado compra los productos de los artesanos del desierto; luego de ser registrados, clasificados y certificados, son exhibidos para ser vendido en su sede. El Mercado en su estrategia de intervención, promueve el mejoramiento de la calidad de los productos - tanto en los materiales como la técnica y productos finales- y el desarrollo de nuevos objetos para “consumo urbano”

En términos generales, se trata de objetos que no se utilizan en el ámbito rural pero que resultan en una adaptación de otros que sí se utilizan. Caso de este tipo son las fajas “un poco mas anchas” que para los espacios urbanos se transforman en “caminos de mesa” Esto se hace de esta manera para cubrir la demanda y mejorar los precios de los productos a la vez de incentivar la creatividad de los artesanos..

Las cada vez más difíciles condiciones de vida en el desierto, empujan a los artesanos a migrar hacia los centros urbanos en busca de otras oportunidades. Estos nuevos habitantes de las áreas periurbanas o villas que engrosan los cordones periféricos de la ciudad, activan las redes solidarias entre el mundo urbano y el rural.
Esta realidad nos muestra que cuando se habla de grupos aborigen no debemos relacionarlos con libros de historia que nos hablan del pasado en las escuelas, dónde nos cuentan de sus costumbres ancestrales, como vivían o la religión que practicaban, si darnos cuentas que de estos grupos están, quedan descendiente que siguen luchando para que se les escuchen y no solo, eso sino que también reclaman por lo que es suyo.
Los Huarpes sufrieron dos tipos de conquistas, la primera fue la Invasión Incaica y luego la Española en 1551. Cuando los españoles llegaron a Mendoza la población indígena estaba compuesta por dos grandes parcialidades, la de los Huarpes y la de los Puelches; aunque estudios recientes indican que este último grupo pertenecían a la actual región de Chile y que ingresaron a nuestra provincia en pleno período colonial.
Los huarpes puros desaparecieron a mediados del siglo XVIII y su desaparición se debió, entre otras causas, a la falta de inmunidad del organismo de los aborígenes contra las enfermedades traídas por los europeos; el sistema de encomiendas impuesto por los españoles y por el cual enviaban a los indígenas cuyanos a trabajar a Chile; los malos tratos a que eran sometidos.
Además, el proceso de mestizaje se vio acrecentado porque generalmente las expediciones españolas de la corriente colonizadora del oeste, no llevaban mujeres. Esto hizo que muchos expedicionarios españoles entraran en relaciones amorosas con las mujeres aborígenes.

La colonización impulso a los huarpes su cultura hegemónica, produciendo una aculturación tan fuerte como profunda que llego tristemente, a generar autodescrinimación. Reconocerse aborigen era asumirse humillado, explotado y denigrado en su condición humana cultural, es por eso que les cuesta reconocerse huarpe.
Junto con esta autodiscriminación que sufren no debemos olvidar que también hay agentes externos que les provocan marginación, si tomamos en cuenta donde se ubica la gran mayoría, el Desierto de Lavalle, una microrregión del noreste de la Provincia de Mendoza. El 97% de la superficie de la provincia, presenta características de tierras secas, sin riegos, con marcado déficit hídrico y baja densidad de población. El 50% de esta superficie corresponde a la zona de llanuras, sectores medios y de cuencas hidrogeológicas de la provincia, zonas áridas con escasos recursos hídricos superficiales (utilizados únicamente para el riego de oasis) y cuyas precipitaciones varían entre 100 y 180 mm anuales en el área que comprende dicha zona. La actividad principal en esta zona es la venta de cabritos, esta explotación sometida implica un mal aprovechamiento de los recursos naturales y aceleración del proceso de desertificación de la zona, sobre todo alrededor de los caseríos
Otro problema que sufren los habitantes del desierto es la tenencia de las tierras, la mayoría de ellos, son ocupantes ilegales, sin derecho a la tierra que trabajan sin las posibilidades de introducir mejoras, por la imposibilidad de acceder al crédito y a los mercados formales.



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Muchos viven en condiciones miserables a los costados de caminos pocos transitados o abandonados.
Ante esta realidad que les toca sufrir, ellos se han manifestado de manera pública al gobierno de turno reclamando por lo que es suyo desde tiempos asentarles.


Ante dicha manifestación, en el año 1996, el Gobierno Provincial a través del “Plan Arraigo de Puesteros”, encaro acciones tendientes a regularizar los títulos de tenencia y propiedad de los habitantes del desierto. Oportunamente, se comenzó con la entrega en propiedad de los pobladores de una gran cantidad de tierras fiscales, pasando un buen numero de pobladores de ocupantes gratuitos de tierras fiscales, a la de propietarios.


Esto es lo que me menciono Claudia Herrera en la entrevista que le realice, donde se les otorgo las tierras de Lagunas de Guanacache a dichos pobladores.
…”Este hecho fue muy significativo porque antes no se lo reconocía ni siquiera como cultura viva. La legislatura mendocina a través de la lucha por las tierras y el reconocimiento como pueblo originario, esta de a poco reconociendo nuestros derechos, pero esto se debe a la lucha de nuestros hermanos que viven en comunidades”….dice Claudia.
…”nuestra comunidad ya tiene sus tierras desde el año 1998, luego también a la lucha se incorporo la lucha para que en esta zona no se instale la explotación minera contaminante, estamos en defensa de los bienes naturales, el ambiente, el aire y sobre todo el agua”… continua diciendo Claudia.
También estas políticas se han llevado a cabo por el gobernador de San Luis, Dr. Alberto Rodríguez Saá, quien realiza en el marco de la implementación de tierras importantes normativas y concretando acciones reivindicatorias efectivas, teniendo en cuenta los derechos que les fuesen injustamente arrebatados en tiempos de la colonización de América.

En el presente, el Estado se encuentra abocado a esta tarea.

En la cámara de Diputados hay un proyecto de Ley de Expropiación Genética, que permitirá concretar la expropiación avanzar en la regularización de la tenencia en la zona. Dada la importancia política y socioeconómico de este programa, es Estado provincial concentro todas sus estrategias y recursos en los aspectos políticos legales e institucionales. Esta previsto una segunda etapa, el acompañamiento de la entrega de tierras con un proceso de capacitación y organización de los beneficios para que puedan acceder a mejor y nuevas estrategias de desarrollo local, acorde con la capacidad de carga del ecosistema y nuevas formas de producción sustentable, que mejoren la calidad de vida de los habitantes del desierto y colaboren en la recuperación del ambiente afectado por procesos de desertificación.
Otro proyecto que se llevo a cabo en este desierto fue la posibilidad de de brindarles agua potable a 48 familias.


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Tras un año de la construcción de los acueductos mas grande de la Argentina, tiene 270 km de tendido; con dinero de la Nación, finalmente los habitantes de la zona podrán acceder al consumo de agua potable.


Si bien es cierto que se ha logrado mucho todavía hay mucho por trabajar, ya que el caño maestro esta lejos y ellos para poder acceder al agua encuentran dificultad, necesitan mangueras porque la realidad que este grupo de persona son de muy bajo recursos.
Entre otras cosa que logró esta comunidad fue la construcción de su propia escuela


La comunidad huarpe que habita el desierto lavallino ha logrado levantar su propia escuela. Dándole la espalda al gobierno provincial han contribuido a que los niños se puedan educar cerca de sus padres. EL derecho básico de vivir con los propios hijos es algo que las comunidades rurales de la provincia no podían gozar ya que para que sus hijos se puedan educar ellos tenían que desprenderse durante diez días para que vivan en escuelas de alberge.

La comunidad huarpe de El Puerto, 150 kilometro al norte de Mendoza, no solo muestra lo capaz que puede llegar a ser una comunidad organizada y solidaria, construyo una escuela que desde 2005 distintos funcionarios venían prometiendo pero sin logra concretar.

Pero esta idea parecía descabelladla ¿Cómo iban a lograr una escuela los que no tienen nada, los últimos de los últimos, los que perdieron hasta el derecho del agua limpia?




A este lugar se llama El Puerto porque antiguamente había una balsa que trasladaba a la gente de un lado del rio San Juan al otro, este río actualmente esta contaminado por alta concentraciones de boro motivo de la muerte de peces e imposible tomar el agua.
Al principio las gestiones que llevo a cabo el cacique llamado Azuquate no fueron nada fáciles, ya que la municipalidad de Lavalle dijo no tener presupuesto ni tiempo de construir dicha escuela, lo mismo dijo la Dirección General de Escuelas.

Sin embargo no se rindieron ante las indiferencia de estos funcionarios, al contrario, esta pequeña comunidad de no mas de150 personas pudo sorprender.

La construcción del edificio se llevo a cabo por medio de donaciones voluntarias pequeñas pero seguras: ladrillos, hierros, cementos, y la bandera para izar todas las mañanas.
Mientras los funcionarios todavía se debaten las distintas gestiones para llevar a cabo, esta gente silenciosa pero trabajadora levanto una escuela que empezó a funcionar en 2008.
. …“Son 25 chicos, la matrícula es muy chica”… les menciono en Casa de Gobierno hace 3 años;…“si es cuestión de tener más niños nos ponemos a hacerlos ya”…, le respondió al funcionario un huarpe que había permanecido parado y que parecía hasta ese momento carecer del don de la palabra.

El ejemplo de la comunidad de El Puerto contagió a los pobladores de La Majada y el Cavadito que también levantaron sus propias escuelas.


Todo lo mencionado hasta aquí nos muestra que esta comunidad de aborigen viven, existen actualmente en el territorio de Mendoza, 14 comunidades Huarpes y otras en conformación, pero también hay comunidades organizadas en la provincia de San Juan y San Luis, ósea lo que antiguamente se conocía Cuyo como territorio de la cultura preexistente Huarpe; dato que me aporto Claudia Herrera vice- presidente de OMPIA en una entrevista que le pude realizar.
La OMPIA es una organización de carácter territorial nacional, y sobre todo desarrolla sus actividades basadas en los ejes de derecho a la Autodeterminación de los Pueblos aborigen y Derechos de los mismos.
Pero que en los últimos años se haya empezado a hablar de “comunidades” es un hecho muy significativo, porque si bien es cierto que por mucho tiempo permaneció dormida, esta estuvo esperando el momento justo para decir “ ESCUCHEN, NO DESAPARECIMOS, SOLAMENTE CALLAMOS, SOMOS LOS HUARPES, Y TODAVIA VIVIMOS EN EL TERRITORIO CUYANO,NOS HEMOS TENIDO QUE DESPLAZAR HACIA OTROS PUNTOS DE LAS PROVINCIAS PARA PODER SOBREVIVIR Y ESPERAR QUE EL TIEMPO NOS DE UN ESPACIO PARA VOLVER A SURGIR”


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Niños Huarpes en la escuela


Bibliografía

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